Daniel Fanego tiene 59 años. Es padre de Manuel
y Camila. Un destacado actor, que manifiesta "El teatro me conectó con la realidad. No es el
primero, y seguramente tampoco será el último actor que defina al teatro
como: “el sitio de recarga, el lugar donde se pule y se mejora”.
Debutó en 1977, con la obra teatral: “La lección de anatomía”.
Actualmente, protagoniza la película policial argentina “Betibú”, que fue estrenada el 03 de Abril de 2014, y dirigida
por Miguel
Cohan, en la cual, actúa como Jaime
Brena, un veterano periodista del diario “El Tribuno”.
Además de ser el protagonista de la obra teatral “Cartas
de la ausente” de Ariel Barchilón, espectáculo que se esta
realizando actualmente en la “Sala Orestes Caviglia”, en la que, interpreta a Doña
Elvirita, una viuda de cincuenta y tantos años, heredera de un mercadito de
barrio.
El
protagonista de “El león en invierno”, cuenta la experiencia de encarnar a un
personaje cruel, que no se ahorra nada. Un trabajo que lo obliga a explorar la
barbarie.
: –¿Hacer una obra de época invita más al juego?
DF: –Sí.
De hecho hay algo físico puntual que cambia: uno está vestido de otra manera,
de modo que acciona diferente. Hay algo de eso que invita a una distancia que
permite formular una fantasía y lleva a ahondar en determinadas zonas, sin
advertir que uno está más cerca de la realidad de lo que se imagina.
Zambulléndonos en un cuento que nos parece lejano de pronto llegamos más
apropiadamente a uno mismo.
: –¿Qué te atrajo de la obra?
DF: –Primero
la obra en sí, lo que relata es muy atractivo. Luego el elenco, con el que
estuve muy contento y las posibilidades de trabajar este abismo que hay entre
estos dos seres que son Enrique y Leonor.
: –También trabajaste con tu hijo.
DF: –Que
hace de mi hijo. Habíamos debutado juntos haciendo un texto para Teatro por la
Identidad. Esos resultados me habilitaron a recomendarlo. Lo disfrutamos
muchísimo.
: –¿Cómo interpretas la intensidad de los vínculos entre los
personajes?
DF: –Son
muy crueles, ninguno de los dos se ahorra nada, y los hijos tampoco. Es una
familia realmente disfuncional, puesta en un lugar del mundo muy particular,
muy bárbaro. Creo que el autor lo utiliza como metáfora para hablar desde ahí
hacia la humanidad. Es de esos autores que buscan el personaje incorrecto para
que diga la frase incorrecta pero necesaria, y que aparezca esta reflexión
sobre los vínculos.
: –¿Hasta dónde crees que puede llegar la ambición del hombre?
DF: –Yo
creo que no tiene límites. La historia nos lo demuestra. Los seres que son
ambiciosos, son como adictos a algo.
: –¿El teatro cambió tu perspectiva en relación a la realidad
política?
DF: –En
mi juventud no tenía una militancia ni una relación política con la realidad.
Más bien tenía una desconexión, y el teatro me fue conectando y dándome
integralidad de pensamiento. Si hubo un lugar donde me formé fue en el teatro y
eso fue lo que me llevó al punto más alto de mi nivel de expresión política,
Teatro por la Identidad, donde trato de participar todos los años.
: –¿Cómo se manifiesta el compromiso político?
DF: –Uno
es lo que es, y lo expresa de distintas maneras. En el caso de Teatro por la
Identidad es una actividad muy militante, enmarcada dentro de una lucha
puntual. Luego uno hace todo tipo de personajes, pero la expresión de uno está
teñida por lo que siente y piensa. Uno le pone una hondura y un peso a un
personaje que hace que ahí esté depositado también su pensamiento.
: –¿Crees que el artista se ve más expuesto a expresar su postura?
DF: –La
ideología, el compromiso, es algo personal, no es transferible. Es algo que uno
lo asume o no lo asume, y luego en su vida resuena de distintas maneras. Hay un
montón de personas que actúan en política y que luego en su vida no tienen la
misma conducta. El actor a veces está atravesado y a veces no. Conozco un
montón de compañeros que se llaman independientes y que prefieren un
agnosticismo político. Es realmente personal. De lo que no tengo dudas es de
que este trabajo requiere de una gran hondura espiritual, racional y física; de
una gran entrega.
: –“Memoria del trabajo” es un término que se hizo popular entre tus
alumnos. ¿Lo inventaste vos?
DF: –No
sé si lo acuñé yo, pero me servía para las clases de teatro. Este es un oficio
que se va aprendiendo con los años, como se aprende a tallar, a manejar un
pincel. En el proceso del ensayo hay una memoria que uno construye con su
propio trabajo y a la que puede acudir permanentemente.
: –¿Por qué dejaste de dar clases?
DF: –No
me sentía con ganas ni con capacidad de seguir adelante con el curso, además
surgieron varios compromisos que me impidieron hacerlo. Eso aborta mucho el
proceso de trabajo de un alumno. No soy docente, me inventé docente, entonces
se me hace más cuesta arriba sostener los grupos sin mi presencia, a pesar de
que lo que se siga dando es lo mismo que cuando estoy. No descarto volver, pero
cuando sienta que puedo responder a esa necesidad.
Entrevista realizada por José Luis Cea, alumno de 2º Año de Comunicación Social.
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